domingo, 20 de mayo de 2007

Homo Homini Lupus (por Walpok)

Quiero comenzar a plantear algunas nociones que propuse en la nota anterior, estas cuestiones atañen a la manera de entender al ser humano. En el cuento “El genio de la bota” (que, por cierto, es de mi autoría) vimos como la necesidad y el deseo pueden condicionar la vida humana. La bota le confería un cierto poder sobre su destino a quien la poseía, y ese poder era el del mismo individuo proyectado en un objeto simbólico. La bota, podemos decir, representa la cultura. Una cultura que tiene su correlato en la esencia “natural” del ser humano. Ahora bien: ¿Cuál es la naturaleza del ser humano?
El hombre es un animal racional pero que sin embargo está dominado y motivado por el deseo. Todas sus acciones persiguen algún fin, del mismo modo como el león caza una presa motivado por el hambre (o el deseo de satisfacerla). Pero, la posibilidad de razonar, esto es, de evaluar las posibilidades, buscar la manera más fácil de actuar y aprender de los errores es lo que lo diferencia del resto de las especies animales. Y aquí se abre una faceta importante, el hombre en su razonamiento compite con otros hombres en función de los mismos deseos. Como dice Hobbes el poder del hombre está en su capacidad de actuar y la búsqueda del poder se encuentra dominada por la pasión. Ello determina que cada ser humano esté en continua guerra con los demás. En el estado de naturaleza el hombre debe pelear contra otros hombres para satisfacer sus deseos, esto es, en palabras de Hobbes: “bellum omnium contra omnes” (la guerra de todos contra todos). Pero Hobbes no daba cuenta de esto mismo en la instancia social o cultural. El estado de naturaleza del hombre trasciende las barreras naturales y se impone en la cultura. La esencia del ser humano es la misma. El poder del hombre no está netamente basado en su fuerza física sino en la posibilidad de atribuir valor simbólico y útil a las herramientas que crea. Y justamente es esto lo que posibilita la guerra de todos contra todos en el ámbito cultural y no solo en el natural.
Yo no creo que el hombre sea bueno por naturaleza como dice Rousseau y que luego la sociedad lo haga malo, sino que de lo que se trata es de un proceso de transformación y de adaptación. La esencia del hombre es inalterable, el hombre es un lobo para el hombre, tanto en el estado de naturaleza como en el cultural. Y esto es así porque razona, porque evalúa las posibilidades de éxito y fracaso. Cito a Cassirer: “En el mundo humano encontramos una característica nueva que parece constituir la marca distintiva de la vida del hombre. Su círculo funcional no solo se ha ampliado cuantitativamente sino que ha sufrido también un cambio cualitativo. El hombre, como si dijéramos, ha descubierto un nuevo método para adaptarse a su ambiente. Entre el sistema receptor y el efector [recordemos que Cassirer parte del hecho de que todo organismo posee un sistema “receptor” por el cual recibe estímulos del medio y un sistema “efector” por el cual reacciona ante los mismos y que ambos sistemas constituyen lo que él llama un “círculo funcional”], que se encuentran en todas las especies animales, hallamos en él, como eslabón intermedio, algo que podemos señalar como sistema simbólico” (*). El pensamiento de Cassirer con respecto al orden simbólico es similar al que tiene su contemporáneo Peirce. ¿Les suena?
Para entender esto, vamos a ver, en resumidas cuentas, la génesis de la cultura y de la sociedad. Debo hacer antes una aclaración, se trata simplemente de un conteo burdo de la historia abstracta del hombre, ustedes podrán reconstruir mejor y con más detalle toda la cronología que me dispongo a abarcar.
Las tribus cazadoras y recolectoras de hace miles de años tenían una organización simple. Podemos decir que se estructuraba como una familia en la cual todos y cada uno de los individuos tenía un rol particular. Algunos, especialmente las mujeres, se ocupaban de recolectar frutas y verduras y los hombres se dedicaban tanto a la caza como a la vigilancia militar. El alimento y la materia prima para confeccionar algunos utensilios indispensables estaban al alcance de la mano, esto es, se encontraban en las inmediaciones del campamento.
Cuando los recursos comenzaban a escasear había dos posibilidades: emigrar hacia otro sitio virgen o hacer la guerra contra otras tribus vecinas que aún contaban con el alimento suficiente. Entonces las tribus se volvieron guerreras.
Sin embargo, las dos opciones eran limitadas y entonces el hombre se vio obligado a criar animales y cultivar la tierra. Pero cuando esto ocurrió, las estructuras de poder dentro de la tribu se modificaron. El más viejo y sabio ya no era el que tenía el control sino aquel que poseía la tierra. Así mismo, al crecer la producción de alimentos, creció la producción de objetos y herramientas así como también aumentó la población. Los trabajos manuales se multiplicaron y el trabajo se subdividió. Nacieron de este modo los artesanos. Cada uno se dedicaba a producir un bien determinado que le servía para trocarlo por otro bien. Aquellos que no contaban con una parcela de tierra para cultivar ni con un medio de vida para subsistir debían ponerse a disposición del terrateniente para obtener alimento. El esclavo era propiedad de su dueño y ni siquiera el vientre materno escapaba a esa posesión.
Para que ningún aldeano decidiera despojar de su riqueza a otro, sobre todo a los terratenientes, tomando sus posiciones, estos resolvieron crear una estructura de poder con sede en una persona e instituyeron una entidad sobrenatural que disponía de todo lo existente en el mundo y volvía incuestionable e inviolable la propiedad. Así nacieron las palabras Dios, religión y monarca. De esta manera, también, se delimitó la propiedad privada para que nadie la invada y se redactó la ley que penaba a quien lo hiciese.
Cuando las sociedades crecieron aún más y en vistas de que todas las necesidades no podían ser satisfechas, se recurrió al comercio con otras ciudades como forma de conseguir bienes. Pero para esto era necesario establecer un sistema de medida eficaz que sirviera para fijar el precio de todos los bienes efectivamente. Así nació la moneda y el dinero como medida única del valor de todos los productos. Las transacciones económicas dieron como resultado un comercio primero a escala local, es decir, dentro de las ciudades de una nación y más tarde, entre naciones. Las ciudades, y luego las naciones, se especializaron en la producción de determinadas mercancías y dejaron de producir otras para comprarlas al exterior. No solo había división de trabajo dentro de la sociedad sino que las sociedades en su conjunto se especializaban.
Tanto los mercaderes o comerciantes como los terratenientes adquirieron un gran poder dentro del sistema. La expansión del comercio hizo necesaria la exploración, la conquista de nuevos territorios, el surgimiento de nuevos medios de transporte que requirieron de un nuevo elemento: la ciencia.
Tenemos, hasta aquí, un sistema compuesto por varias partes, que en algunos casos se oponen: ciencia y religión, terratenientes y comerciantes, artesanos y campesinos, comercio exterior e interior, monarquía, expansión territorial, conquista de nuevos territorios, etc. Todos conocemos este sistema con el nombre de feudalismo.
A lo largo del tiempo el poder de la ciencia y de los comerciantes fue creciendo hasta alcanzar un punto en el que un nuevo poder emergió. Para estas clases en asenso, los monarcas, los clérigos y los nobles representaban los intereses de las clases terratenientes que desplazaban del poder a aquellas familias que se habían hecho ricas produciendo bienes materiales y comerciando. Entonces, con la ayuda de las clases populares decidieron revertir el orden imperante para instalar uno nuevo. Uno que prometía igualdad, fraternidad y libertad pero que no era otra cosa que desigualdad, aversión y sometimiento. El modelo triunfante que emerge de todo este proceso se llama capitalismo. Las revoluciones científicas habían aumentado la capacidad de producir bienes y el conocimiento estaba reemplazando a los mitos. Dios había sido reemplazado por la constatación empírica y el positivismo.
Hasta aquí hemos desplegado una idea compleja sobre el hombre y el surgimiento de las sociedades. Creo que mi posición sobre este tema ha quedado clara y me parece retomar más adelante algunos temas que quedan dispersos. Mi visión sobre los acontecimientos sociales se fundamenta en toda esta exposición. Me despido hasta la próxima.
¡Critiquen y comenten! Si no, estoy hablando solo.

Saludos.

(*) CASSIRER, E.; Antropología Filosófica; México; Fondo de Cultura Económica; 1982; pág. 47.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Amigo WalpoK:
Me gusta que tengas un espacio para poder expresarte y que noosotros tengamos la dicha de poder leerte.
Con respecto a tu artículo, los hombres estamos condenados por nuestro contexto, el hombre se adapta a las circunstancias,yo no se si somos animales racionales,creo que somos actantes y pensamos poco o tal vez ni queremos hacerlo porque el accionar implica salir de nuestra cómodo acostumbramiento. Pero hay que intentar salir de esa situación o sino,¡vamos a seguir creyendo en la idea que la bota tiene poderes!
Saludos...

Desde 22/08/07